El copoazú (Theobroma grandiflorum), conocido como el “cacao blanco”, es un superfruto amazónico de la familia Malvaceae, la misma que alberga al cacao. Nativo de la Amazonía, ha conquistado un espacio en la repostería fina y la alta cocina, donde se perfila como alternativa diferenciada al cacao y como un ingrediente de nicho con gran potencial para la agroexportación peruana. Su sabor distintivo y sus cualidades funcionales lo posicionan como un producto de alto valor, capaz de competir en mercados especializados.
La cosecha del copoazú se concentra entre enero y mayo. Su perfil sensorial es único: combina el amargor del cacao con notas frutales intensas, cercanas a la piña y la guanábana. Desde el punto de vista nutricional, se trata de un superalimento. Compuesto en un 85% por agua, destaca por su elevada concentración de vitamina C —alrededor de 110 mg por cada 100 g, superior a la del cacao—, además de ser rico en fósforo y hierro. A diferencia de su pariente cercano, no contiene teobromina ni cafeína, lo que lo convierte en una alternativa atractiva para quienes buscan beneficios sin efectos estimulantes.
El mercado internacional ya está capitalizando sus atributos, desarrollando una gama creciente de productos de valor agregado alineados con la tendencia global hacia lo natural y lo saludable. Solo en el segmento de bebidas, el mercado alcanzó US$ 1.17 mil millones en el 2024 y se estima que casi duplicará su tamaño hacia el 2030. El copoazú se beneficia de la preferencia por opciones libres de aditivos y bebidas menos azucaradas, mientras que su carácter exótico y su vínculo con la Amazonía lo hacen especialmente atractivo en plazas de alto valor como Norteamérica y Europa.
Sin embargo, este dinamismo enfrenta una limitación clave, la ausencia de partidas arancelarias específicas. Tanto el copoazú como sus derivados suelen registrarse bajo categorías genéricas como “otras frutas” o “preparaciones de cacao”, lo que dificulta el seguimiento preciso de volúmenes y valores de exportación. Si bien esta falta de visibilidad complica el análisis tradicional de mercado, también confirma que se trata de un sector incipiente, en el que aún existe espacio para posicionarse como pioneros antes de que se vuelva plenamente competitivo.
Brasil lidera la producción en la región, siendo la zona de Pará el principal espacio de cultivo. La Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) ha logrado avances importantes en mejoramiento genético, obteniendo variedades resistentes a plagas como la “escoba de bruja” y con rendimientos de hasta 14 toneladas por hectárea, cuatro veces superiores al promedio, y muy superior a las 4 toneladas en baba del cacao mejorado. En Bolivia, el departamento de Beni concentra la producción, estimada en unas 800 toneladas anuales, de las cuales cerca de 500 se exportan como pulpa y derivados.
En el Perú, donde el país ya goza de reputación en la exportación de superalimentos amazónicos, el copoazú viene siendo promovido con fuerza en el departamento de Madre de Dios. Aunque aún no se han alcanzado los avances genéticos de Brasil, los agricultores locales obtienen productividades de alrededor de 4 toneladas por hectárea. El país ha dado pasos relevantes hacia el valor agregado: la empresa Candela, en alianza con la brasileña Natura, ha exportado manteca de copoazú de origen amazónico peruano, mientras que cooperativas como COOPSSUR envían pulpa orgánica a mercados exigentes como Rusia.
El potencial de crecimiento de Perú es alto, aunque enfrenta retos importantes como son las limitaciones logísticas, los costos elevados de transporte y la ausencia de estandarización en el poscosecha. Aun así, la ventaja competitiva peruana radica en su capacidad de diferenciarse a través de certificaciones orgánicas, de comercio justo y la trazabilidad de sus cadenas productivas, atributos especialmente valorados en los nichos premium.
Las perspectivas son alentadoras. A medida que el consumo global de productos naturales y funcionales siga expandiéndose, el copoazú tiene la posibilidad de consolidarse como un producto bandera de la Amazonía. Para el Perú, el camino no está en competir en volumen, sino en especializarse en la producción de nicho: pulpa y manteca de calidad superior, destinadas a la cosmética de lujo y la alta gastronomía. La inversión en investigación y desarrollo, junto con la consolidación de cadenas de valor transparentes, serán determinantes para convertir al “cacao blanco” en un motor de desarrollo sostenible en la región amazónica.