La apuesta chilena por el valor agregado y las lecciones para el Perú de la actualidad

Chile ha encontrado una estrategia que no está solo en la fruta sino también en toda la cadena productiva que lo acompaña hasta el destino final.

Agroexportación chilena

Mientras el resto de Sudamérica celebra la diversificación acelerada de sus canastas agrícolas, Chile tiene una estrategia de obtener el máximo valor de sus cultivos bandera. El país ha convertido la especialización en una ventaja competitiva: no solo exporta frutas frescas, sino que monetiza cada etapa de la cadena. Esa combinación de profundidad productiva y una agresiva diplomacia comercial explica por qué, pese a su tamaño productivo agrícola, el sector agroindustrial chileno factura más que el peruano y las exportaciones de vino son ejemplo de ello al generar US$ 1,633 millones en el último año.

Chile adopta una lógica de desarrollar productos, siendo la uva el caso de estudio por excelencia, con exportaciones por US$ 1,494 millones. Pero su aportación no solo se limita al fruto, pues también participa en el suministro de productos. Tras cuatro décadas de inversión en I+D, denominaciones de origen y marketing global, la industria vitivinícola chilena pasó de cifras menores a US$ 100 millones en los años noventa hasta bordear los US$ 1,633 millones en el 2024, pese al revés del 2023, cuando la sequía y el exceso de inventarios redujeron los envíos a US$ 1,532 millones. Este incremento confirma la integración productiva que combina viticultores, instituciones gubernamentales, proveedores de insumos y un sistema logístico que mueve más de 46.7 millones de cajas al año.

Pero la uva no es el único cultivo, la cereza, estrella indiscutible con exportaciones de US$ 3,599 millones, explicaron 38.9% de las exportaciones frutícolas de Chile en el 2024 (US$ 9,248 millones). Esta industria descansa en una cadena integrada y planificada desde la plantación y la cosecha hasta la producción, el transporte y la distribución que llega a múltiples destinos. En el otro extremo, los jugos, conservas y frutas congeladas aportan un flujo estable, ejemplo de ello en el 2024, los jugos sumaron exportaciones por US$ 243 millones.

Detrás de estos resultados se encuentra una política de Estado que trasciende gobiernos: ProChile financia estudios de mercado y ferias; CORFO apoya centros tecnológicos; el Servicio Agrícola y Ganadero negocia protocolos fitosanitarios; y el país cuenta con 30 tratados de libre comercio que abarcan el 88% del PIB mundial (65 economías). De este modo, con solo 20.1 millones de habitantes, Chile coloca fruta, vino y productos procesados en más de 145 mercados.

El Perú puede optar por copiar algunas partes de esta estrategia. En dos décadas, el Perú ha pasado de vender pocos productos a colocar arándanos (US$ 2,342 millones), uvas (US$ 1,741 millones) y paltas (US$ 1,385 millones). Hoy son ya cinco los productos agrícolas que superan la barrera de los US$ 1,000 millones y al menos doce rebasan los US$ 100 millones. Si bien esta diversificación mitiga los riesgos climáticos y de mercado; plantea complicaciones para asignar los recursos destinados a la promoción, I+D, la poscosecha y la generación de productos con valor agregado.

Chile ha encontrado una estrategia que no está solo en la fruta sino en la cadena productiva que la acompaña: denominaciones, certificaciones, logística y una oferta de productos secundarios (vino, jugos y conservas) que captura valor incluso cuando el precio spot se desploma. El Perú, por su parte, ha demostrado que se puede irrumpir en los principales mercados internacionales con un catálogo expandido de productos agrícolas. Una tarea para el Perú será determinar qué cultivos se pueden impulsar para obtener más valor agregado en toda la cadena productiva.


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